4 de mayo de 2013

Trazos Fallidos


Es el eterno sueño del fénix 
La promesa del más allá 
Que la tierra vuelva a ser fértil 
Y olvidarse del huracán. 

Encontrar el velo que cubra 
Los fallos cometidos ayer, 
Los oculte en la penumbra 
Que proyecta el tiempo en el papel. 

Eliminar los trazos del boceto 
Y pensar que nunca existieron, 
Crearse el personaje perfecto 
Que sólo es posible en los cuentos. 

Lo real son los errores, los intentos fallidos, 
Las equivocaciones, los traspiés en el camino, 
El éxito en contadas ocasiones( un tanto esquivo), 
Las opiniones enfrentadas, 
ninguna acertada y ninguna equivocada. 

Ahí reside la belleza, cautivadora, 
Frágil por saberse imperfecta 
Pero en su victoria resurge hermosa 
Como el agua que entre las piedras brota.

27 de abril de 2013

Juegos de Guerra


Inmenso flash que ilumina el cielo 
Fotos de guerra,
Truenos de acero, 
Bombas que destrozan tierras 
Tierras que devoran hombres 
Hombres que gritan 
Gritos que suplican 
Sin que a nadie importe. 

Desperdiciadas vidas, 
Caos, ira; 
O juegos de tablero 
Para los de arriba, 
Manejan las fichas 
Y nunca están los primeros. 
Se creen guerreros 
Pero nada aprendieron 
De los héroes griegos. 
Luchar cuerpo a cuerpo 
Con espadas, 
Que tu víctima te vea la cara 
Y no sean anónimas balas 
Las que matan.

20 de abril de 2013

El Sol Tras Las Nubes


Se han dado muchos pasos sobre el barro,
Pasos que se hunden al mínimo contacto con el fango,
Fango que se forma por los llantos de los que antes han pasado
Son tantos los que estuvieron por esos llanos y escaparon
Pero ninguno recuerda
Que siempre hay una cuerda
O alguna mano a la que te aferras.

Y si la tormenta acecha
Solo hay que encontrar la brecha
Que rompa filas en el ejército de nubes negras.
Porque tras el cielo encapotado
Siempre ha estado el sol, esperando.
Tras el telón del teatro,
Aguardan los actores
Al momento en el que estén
Todos los espectadores.

Porque es inútil el sol
Si no se aprecia su calor,
Y de que sirve la función
Sin ningún espectador.

13 de abril de 2013

Bellas Distancias


Siempre quise volar, tocar las estrellas 
La luna, presidente de este manto oscuro, 
De diseño maestro y proporciones bellas 
Desde la luz intensa al negro puro. 
Llamaba mi atención el cielo nocturno 
Donde en vastos océanos de nada 
Nadan miles de soles diminutos 
Que son los nodos de invisibles telarañas. 

No miraba siquiera donde piso 
Menosprecio al mundo donde vivo, 
No veía belleza en el vestido 
                                    [ de ocre tierra 
Que cubre la desnudez ardiente del planeta. 

Aunque es bello el magma desde fuera 
Pierde atractivo si la distancia se reduce 
Porque no es oro todo lo que reluce, 
Y aquello que estás harto de ver 
Brilla más de lo que crees.

23 de marzo de 2013

El olvidado, Parte 10: Último recuerdo [FINAL]


  Un día un hombre de unos treinta años me tomó entre sus manos y me llevó a su casa. No tenía nada que lo distinguiera, ni su trato conmigo era especial. Parecía sólo un lector más hasta que pausó la lectura, doblando mi esquina por dos veces. 

  Por dos veces. 

  Sólo una persona me había hecho eso antes. ¿Sería él? ¿Acaso era posible? Hice cuentas y sí, habían pasado unos veinte años desde que llegué a la biblioteca. Aquel niño que había sido mi primer lector, se podía haber convertido en este hombre. Había cambiado, por supuesto, pero en sus ojos reconocí a la misma persona y al mismo anhelo por devorar mis palabras. “Puede que no me reconozca”, pensé; el tiempo me había causado estragos. En mi portada abundaban las grietas, algunas esquinas ahora eran redondas y mis páginas estaban más amarillentas. 

  Al día siguiente terminó de leerme y, una vez cerrado, me quedé un momento entre sus manos. Su forma de sostenerme en ese instante me dio la sensación de que me reconocía. Fue un leve roce con el pulgar, apenas una caricia que pudo no significar nada. Aunque yo supe que me reconoció, o así quería creerlo, pues jamás lo pude confirmar. 

  A pesar de la incertidumbre, esos días fueron los más felices. Era suficiente el hecho de que hubiera vuelto a leerme. Era testimonio fehaciente de sus sentimientos hacia mí, de que le había gustado. Como el niño que le pide a la nana que vuelva a contarle el cuento de la noche anterior. 

  Un siglo después, recuerdo al niño que repitió conmigo, me aferro a ese feliz sentimiento mientras me consumo. Nubla mi vista el humo y me calientan las llamas que se propagan sin que nadie lo impida. Noto desaparecer mis páginas, chamuscadas. Siento que me quedo en nada. Espero mantenerme vivo en la mente de los que me han leído. Ya soy casi todo ceniza. Mis últimas letras brillan bajo el crepitar del fuego. Y en el juego que es la vida, no habiendo llegado lejos, termina abrupta mi partida en la casilla de incendio.

FIN

16 de marzo de 2013

El Olvidado, Parte 9: Experiencias


  Fui amontonado en un despacho junto a los demás. El peso que soportaba encima mía, me estaba aplastando, comprimía mis hojas como si fuera una prensa. Aunque no tardé mucho en ser liberado. Dos personas se dedicaban a cogernos uno a uno, nos abrían y copiaban alguna información en el ordenador, a continuación nos sellaban páginas aleatorias con el logotipo de la biblioteca y nos ponían una pegatina en el lomo, marcados como un rebaño, como los presos de la Alemania nazi. Cadenas invisibles que nos ataban a aquel sitio. Por último, nos colocaban en un carrito y de ahí a la estantería que sería nuestro hogar el resto de nuestras vidas. 

  Creí que a partir de ese instante iba a estar relajado. ¿Quién me querría leer? Pensé que nadie, pero hubo de todo. Momentos que siempre recordaría y momentos que prefiero no rememorar. Épocas en las que, efectivamente, era olvidado en mi estante y observaba expectante como ante mí pasaba la gente. Otras épocas eran de ajetreo, iba de mano en mano sin parar siquiera un momento a descansar. Estas épocas eran las de mayor riesgo, no sabías si te iba a tocar un maltratador o si ibas a recibir cariñosos mimos. 

  Recuerdo a dos jovenzuelos que me sacaron de la fila un día y, en uno de los puestos de lectura que había en la biblioteca, empezaron a hacer dibujos obscenos en mis márgenes. “Castiga Dios al que peca” quise atemorizarles, “bajarán sus ángeles y os convertirán en cadáveres”. No surtían efecto mis letras. El poder de las palabras había disminuido considerablemente. “Que viene el coco” probé, pero tampoco. Se reían de mis amenazas. Estaba acostumbrado a ser subrayado, a ser doblado, incluso a ser pintado por un boli despistado. Todo esto era soportable y comprensible, sin embargo lo de aquellos dos individuos era puro gamberrismo. Pronto se aburrieron y me dejaron en paz. Regresé a mi estante con el ánimo bajo, intentando ocultar las marcas del maltrato. 

  No todo fueron malas experiencias. Recuerdo también a una joven que me sacó prestado para realizar un estudio sobre mí. La atención que recibí y el gusto de la joven por examinar cada detalle, eludiendo mis heridas de guerra, me produjo una gran satisfacción. Quizás, tras las semanas que pasamos juntos, ella me conoció mejor que yo mismo. Sin embargo, tras completar su trabajo me devolvió y no nos volvimos a ver.

CONTINUARÁ...
Parte 10: Último recuerdo [Final] (23 de Marzo)

9 de marzo de 2013

El Olvidado, Parte 8: Despedida



  El padre y el hermano mayor de la familia ya habían salido de la casa porque empezaban antes su rutina. Apareció el pequeño con la mochila sobre los hombros y derrochando la energía del desayuno. Su madre venía detrás, lo detuvo para abrocharle bien el anorak. 

  - Luis, coge los libros. 

  - Vale mamá. - El niño cogió la bolsa- Con todos estos libros la maestra me va a poner un Muy Bien- comentó alegre. 

  - Claro, pero lo más importante es que ahora cualquiera podrá ir a la biblioteca y leerlos, igual que tú. 

  Allí nos llevaban, a la biblioteca. Era un buen sitio, un final digno para cualquier libro. No obstante, no había considerado mi jubilación tan pronto. Era una condena al olvido entre miles de libros. Era el cementerio donde van a morir los elefantes. 

  En la puerta de la biblioteca, un edificio acristalado y blanco, se estaban reuniendo los niños cuando llegamos. Las madres hablaban entre ellas mientras sus hijos gritaban, jugaban y corrían como locos de un lado para otro. Lógicamente, todos los libros estábamos al resguardo de las madres hasta que la maestra llegó. Con voz firme puso orden en el caos e incluso las madres callaron. Los niños entraron en fila e iban dando sus libros a un señor calvo y con gafas. Después seguían hasta una habitación. 

  Cuando llegó mi turno me quedé esperando un gesto, una última mirada, un signo de despedida o acaso un pensamiento, pero no hubo nada. El pequeño entregó la bolsa nervioso y se marchó con sus amigos. Ni siquiera se paró a escuchar a su maestra que le decía: 

  -Muy bien, Luis.


CONTINUARÁ...
Parte 9: Experiencias (16 de Marzo)

2 de marzo de 2013

El olvidado, Parte 7: Destino alternativo


  Transcurrió un año. Un año viéndolo todo desde mi lugar en la estantería del chico. Viéndolo jugar, estudiar, leer, soñar; viéndolo caer, gritar y llorar. Aunque yo permanecía impasible en mi posición, movido únicamente para sacudirme el polvo. Yo era un espectador, uno de tantos, que observaba la vida del chico desde su cuarto. 

  Un día entró corriendo como siempre, pero esta vez vino hacia la estantería donde estábamos los libros. Traía una bolsa. Buscaba excitado entre nosotros, cogió uno, dos, tres libros, y entonces me cogió a mí. Salimos de su habitación y entramos en otra. 

  Pósters de colores rojo, amarillo y verde adornaban las paredes. La persiana bajada causaba una penumbra rota por el brillo de una pantalla. Importunado por la interrupción, el hermano mayor se giró en su silla y miró a la puerta de forma despectiva: 

  -¿Qué quieres?- dijo con un deje molesto. -Vengo a por los libros que te he dicho antes. -Coge los que quieras. Están por ahí.

  Señaló una estantería abarrotada de objetos. El pequeño se acercó y apartó una cajetilla metálica y una bolsita de plástico con tabaco dentro. Al despejar el camino lo vi, un libro abierto con la mitad de las hojas arrancadas. Era el libro que entró conmigo en esta casa, el libro que se quedó el hermano como recuerdo de su abuelo. O lo que quedaba de él, pues había sido despiadadamente mutilado. Roto y destrozado, apenas le quedaban unas páginas. Y pensar que yo me quejaba por unas esquinas dobladas. ¿Qué le había hecho? ¿Para qué querría su papel? ¿Cuál era la causa de aquel crimen? Quise tener lágrimas para poder llorar por él. Me percaté de que mi amigo no era la única víctima del maltrato, aunque sí la más afectada. ¿Cómo puede haber un asesino en serie suelto que ni se molesta en ocultar los cadáveres? 

  El hermano menor sólo pudo rescatar a uno y lo unió a nuestro grupo. Nos marchamos todos juntos de aquel lugar oscuro que tan malas sensaciones daba. 

  Metidos en la bolsa, nos dejó en el pasillo, cerca de la puerta. ¿A dónde nos llevaba? No lo supimos hasta la mañana siguiente.


CONTINUARÁ...
Parte 8: Despedida (9 de Marzo)

23 de febrero de 2013

El Olvidado, Parte 6: Primera vez


  Cuando el niño volvió me encontró esperando sobre su colchón. Encendió el flexo de la mesita de noche , se puso el pijama y me metió con él en la cama. Iba a ser leído al fin, mis páginas vibraban por la emoción de transmitir mi historia, mis páginas temblaban por el miedo al trato que iba a recibir. Quizás mi miedo fuera exagerado, no tenía motivos para temer a este niño. Quizás fuera el miedo a ser demasiado feliz.

  Se tumbó bocabajo apartando la almohada. Me abrió y toda mi cubierta crujió. La sensación no fue agradable pero el placer posterior al tener mis articulaciones sin agarrotar, compensó el leve sufrimiento. 

  Pasó mis primeras páginas donde figuraba mi título y otra información sin importancia, hasta alcanzar el inicio de mi mensaje. Cuando estuvo frente al comienzo de mi historia, disminuyó la distancia conmigo y remarcó con la palma de su mano la página abierta. Ese primer doblez en la raíz de mi hoja quedaría marcado durante años.

  Empezó a leerme. Sentía como sus pupilas se conectaban a mis palabras e iba bebiendo de mí. No supe si saboreaba cada trago o si le costaba entender mi sabor. Porque el gusto de la cerveza es amargo si no estás acostumbrado. En la tercera página paró y dobló la esquina, dos veces. No había pasado ni un día con mi nuevo dueño y ya poseía una colección de dobleces por todo mi cuerpo.

  Al día siguiente me leyó un rato en el sofá y otro rato en su cuarto. Parecía interesarle, avanzaba constante en su lectura. Cada vez que paraba, hacía un doble doblez en la esquina de la hoja por donde iba. Me dije a mí mismo :“Disfruta”, y por unos días me olvidé de las penas, de los temores. Estos momentos tardarían en repetirse. Una vez terminara de leerme, me convertiría en ornamento de su habitación. Sin embargo, en esa ocasión, era útil; instruía la mente de un joven con ideas de otro; ejercía influencia sobre sus pensamientos. Influencia positiva o negativa, ¿quién sabe?, era influencia al fin y al cabo, era poder. El poder que a cualquiera cautiva, dominar algo o a alguien, tener el control. Y yo, desde mi posición, sólo necesitaba una mente receptiva y tener ínfulas de grandeza, de las que carecía. 

  En la tercera noche el chico completó la proeza. Conforme avanzaba la historia, los ojos del niño habían cogido tal velocidad que casi no me di cuenta. Había llegado a la última letra de la última palabra del último párrafo de la última página; y había llegado demasiado rápido. Esa noche el chico se fue a dormir pronto y me dejó a mí sobre la mesita de noche, cerrado quién sabe hasta cuándo. 

  Fue mejor de lo esperado, después de todo salí vivo del combate. No hubo victoria ni derrota ni empate, únicamente unas cuantas heridas de guerra, meras arrugas que ayudan a recordar, como el árbol que se tatúa para reivindicar quien estuvo allí. Siempre recordaría esas primeras manos que pasaron mis hojas y esos primeros dedos que doblaron mis esquinas.

CONTINUARÁ...
Parte 7: Destino alternativo (2 de Marzo)

16 de febrero de 2013

El Olvidado, Parte 5: Juegos



  Me agarró el pequeño y, sin mirarme siquiera, me llevó a su cuarto. Predominaban los juguetes y por el suelo cojines, aunque tenía un rincón para sus libros, la mayoría cuentos infantiles. Fui arrojado sobre la cama y el niño se sentó en el suelo para abrir un cajón lleno de legos. Empezó a construir un universo, unía las piezas, componía las formas y creaba la historia. Si faltaba algún elemento, se lo imaginaba.

  Los bloques verdes simulaban el césped; había dejado un hueco en mitad. Al lado del hueco, una cruz amarilla y por el resto del terreno, árboles de hojas rojas y troncos de color azul. En el borde había dispuesto cuatro muñecos acompañando un ataúd. Poco a poco llevó al comité hasta el agujero donde el ataúd encajaba perfectamente. Buscó por el cajón piezas verdes, las puso al lado de la tumba y usó a los monigotes para enterrar el ataúd. De repente, abrió la caja fúnebre con el fin de sacar al personaje que había enterrado e hizo que saludara a los demás, excepto a uno que lo lanzó a través de la habitación. Entonces su madre lo llamó para cenar. Recogió rápido, se levantó y se fue.

  El mundo que había creado esa tarde tardó pocos minutos en desaparecer. Una historia etérea que se perderá, como el boceto de un lienzo sin pintar olvidado en un cajón, un libro inacabado que no tiene final. El niño imaginó un inicio y lo dejó fluir, a la deriva, no conocía la meta pero no le ponía cribas a lo que se le ocurría. La imaginación de un niño es libre y tiene alas inmensas, lo puede llevar a cualquier parte, aunque al crecer bien muere, o bien se le ata la correa de la coherencia.

CONTINUARÁ...
Parte 6: Primera vez (23 de Febrero)

9 de febrero de 2013

El Olvidado, Parte 4: Nueva vida


  En el trayecto conocí a mi compañero de viaje. Era delgado como yo y sus hojas eran extremadamente finas, como las de una Biblia. Tuve miedo, en el ajetreo del camino chocábamos con los demás objetos y alguno podría rompernos. Afortunadamente salimos ilesos.

  Nos puso en una mesita que presidía una lámpara. Obviamente, aquel era un lugar pasajero. No tardarían mucho en colocarnos en una estantería. Y si el destino es bondadoso, alguien nos cogería para leernos.

  Por la puerta entraron dos niños con mochilas. Uno tendría once años, el otro diecisiete aproximadamente. Saludaron a su madre y se sentaron en el sofá a ver la tele. El menor se percató de nuestra presencia.

  -Mamá, ¿qué es esto?

  -Son libros del abuelo que tenía en su casa. Hay más en la caja del pasillo, pero esos dos se quedaron atrás y los traje en el bolso.

  -¿Y de qué van? -No lo sé, no conozco ninguno de los dos. - Nos los podríamos quedar, uno cada uno, como recuerdo del abuelo -intervino el mayor. - ¿Tú interesado por un libro? Rápido mamá, trae la cámara- se mofó el hermano y recibió una colleja. Este respondió con un golpe en el hombro lo que provocó otro golpe más fuerte y empezó la trifulca.

  - ¡Parad ya! -se impuso la madre- ¡Coged cada uno un libro e idos a vuestros cuartos!

  Así que acabaría en posesión de un niño. No quería imaginar las perrerías que sufriría en sus manos. Esperaba que me cogiera el mayor, quizás de esta forma estaría a salvo, quizás él pudiera apreciar el mensaje que transmito y que un niño de once años no está preparado para entender. Si pudiera gritar, alguien se apiadaría de mí. Si pudiera correr, no me hubiera quedado ahí. Sin embargo mi condición de ser me obligó a esperar.

  El mayor fue más rápido en levantarse y nos agarró a ambos. Nos hojeó y me soltó a mí de nuevo donde estaba antes. ¿Por qué? ¿Qué había visto en el otro que yo no tuviera? Me resigné al destino fuera el que fuera.

CONTINUARÁ...
Parte 5: Juegos (16 de Febrero)

2 de febrero de 2013

El Olvidado, Parte 3: Herencia


  Llegaron dos mujeres y un hombre hablando sobre muebles, joyas, terrenos y demás posesiones. Abrían los armarios, rebuscaban por los cajones. Todo objeto que hubiera dentro era colocado en cajas. El televisor y los cuadros ya se los habían llevado. Lo que estaba ocurriendo era la versión legal de un saqueo. Se detuvieron al encontrar los álbumes de fotos. Se sentaron a comentarlas mientras se las repartían. Había fotos muy antiguas de proporciones extrañas. Había fotos estropeadas, agrietadas o descoloridas. Había fotos en blanco y negro, en tonos sepias y a todo color. Pero todas ellas tenían la magia de un recuerdo, de un instante del pasado fijado en el lienzo. Retratos que permanecerán vivos y recibirán el cariño que un cuerpo podrido jamás acogerá. Por eso los ojos de los tres hermanos brillaban acuosos, recordaban al hombre que ahora sólo viviría en las fotos. Al abrigo de tres cafés templaron el ánimo para continuar con la tarea.

  -¿Y los libros? ¿Que vamos a hacer con ellos?

  -Siempre le han gustado mucho a papá, no podemos tirarlos, al menos no todos. Mirad, este es el último libro que estaba leyendo,- lo abrió y leyó la primera página- Coplas a la muerte de su padre; si no os importa me gustaría quedármelo.

  - Desde que mamá murió se había aferrado a la lectura, casi había que obligarlo a salir.

  - Sí, y cuando salía era para ir a la librería.- Sonrieron débilmente.

  - Samuel y yo le dijimos que se viniera a vivir con nosotros, así se distraería con los niños, pero no quiso.

  - Daniela y yo también le insistimos pero no hubo manera. Estaba convencido de que iba a resultar un estorbo.

  - Ya sabéis cómo era. Además, aquí podía desenvolverse solo y tenía sus libros. Eran importantes para él, por eso los quiero guardar. No podemos tirarlos, si no los queréis me los quedo yo.


  A la hora de la verdad los tres querían los libros aunque sólo fuera para exhibirnos. Eligieron primero los grandes y voluptuosos, los que quedan bien de cara a la galería. Yo ya suponía que iba a ser de los últimos. Mi tapa uniformemente oscura con letras claras y mis escasas hojas eran la excusa perfecta para que me traspapelaran. Solía perderme entre mis hermanos que sacaban pecho aunque por dentro no tuvieran nada.

  De hecho, ya habían sido cogidos casi todos y quedábamos dos en el estante. Cuál fue mi sorpresa cuando vi embalar las cajas. Se iban y allí nos dejaban, presos de la oscuridad en una casa abandonada. Sin la esperanza de ser leídos en años o quizás décadas. Sentía cómo me hundía en la ciénaga de la angustia. Entonces volvió una de las hermanas a la habitación, venía a por las llaves que estaban sobre la mesa. Algo pasó, un rayo de sol produjo un destello que llamó su atención y nos vio a los dos. Nos cogió para meternos en su bolso. Fue extraño, cuando a mi alrededor no veía nada, todo era oscuridad, en mi interior una luz empezó a brillar y el mundo volvía a ser hermoso.

CONTINUARÁ...
Parte 4: Nueva vida (9 de Febrero)

26 de enero de 2013

El Olvidado, Parte 2: Lector de sillón


  Desde dónde me hallaba veía la habitación. Dos sillones acompañaban a una mesa junto a una chimenea; encima de esta, un televisor plano. Arrimada a la pared había otra mesa más grande con seis sillas. Y un par de cuadros adornaban las paredes.

  La primera noche no me leyó, ni siquiera me hojeó. Se sentó en su sillón frente al fuego encendido, cogió un libro que tenía sobre la mesa y lo abrió por donde estaba el señalador. Afortunado libro, pensé, lo leía con detenimiento, de vez en cuando paraba y se quedaba mirando fijamente las llamas. En la portada figuraba el título: Cinco horas con Mario. Transcurrieron las noches y terminó de leer el libro. Llegaba mi turno, supuse.

  ¿Cómo sería esa sensación? Transmitir mi historia a la mente de un humano es el objetivo vital de cualquier libro, es el único propósito por el que existimos. ¿Dolería cuando pellizcara una página para pasarla? Pronto lo sabría.

  Esa noche el anciano se acercó para elegir un libro, sus ojos se pasearon por la extensa colección. Se detuvo en mí, pero instantes después alargó su mano y cogió otro libro, en cuya tapa únicamente estaba el nombre de Jorge Manrique.

  Cada noche la misma rutina, leía una sola página varias veces e intentaba con la vista atravesar las paredes. De esta forma, vi por la ventana a la luna parpadear hasta que el río llegó al mar. Con el libro entreabierto consiguió que su mirada llegara al infinito, pero el cuerpo del anciano ya no se movió más.

  Pena y lástima, pero no por el cuerpo ni por su ahuyentada alma sino por el incierto destino que a los libros que deja nos ampara. Otra vez al nombre que me dieron hago homenaje: “El Olvidado”, quizás sea la síntesis de mi viaje, quizás esté abocado a ir de estantería en estantería sin ser leído ni abierto, historia trágica; tan solo probando el polvo sobre el canto de mis páginas.

  Tras la tormenta llamada muerte, que se llevó con sus vientos al cadáver, vino la calma, la soledad y el olvido. La actividad era escasa pero sobrellevé la espera lo mejor que pude. Los seres longevos poseemos una gran paciencia. Gracias a ella el agua y el viento vencen a la roca, más que vencerla la destrozan y convierten en arena con su mejor aliado: el tiempo. Tiempo, un concepto harto relativo, compañero del que espera, siempre rehúye al que corre. Por fortuna, para vosotros lectores, pronto sonaría el siguiente acorde de esta canción.

CONTINUARÁ...
Parte 3: Herencia (2 de Febrero)

19 de enero de 2013

El Olvidado, Parte 1: Surgir


  Mis padres fueron los árboles; uno dio el papel, otro se transformó en carbón que hizo la tinta que cada página impregnó. Hubo una celestina, no quiso dar su nombre, unió a los dos amantes y desapareció. Y surgí yo; no fui el primero, tampoco el último de sus descendientes. Ahora me hallo presente en la estantería de una librería, junto a otros como yo, cada uno de su padre y de su madre, cada uno de su propia celestina.

  Un libro rodeado de libros, ese soy. Esperando a la persona que me lleve hacia su casa y pueda contarle mi historia. Mientras tanto, mi cubierta está plegada, las horas pasan, los días, las semanas, también pasan las miradas rápidas sobre mi lomo pero nadie me compra. Sufro el abandono por una portada simple que no llama la atención.

  Gotas de lluvia golpeaban el escaparate para poder entrar. De nuestro lado las miraban los libros más codiciados. Los demás aguardábamos nuestro momento de gloria unos junto a otros. Sin escapatoria, puestos en fila como en un fusilamiento, esperábamos la bala de una mirada que atinara a nuestra portada.

  Entró un señor mayor, abrigo negro, gorra plana a juego, bufanda roja y en la mano un bastón. Buscaba por las estanterías, sacando libros aleatorios y leyendo sus contracubiertas. La suerte o el destino hizo que sus dedos toparan conmigo. “Parece que le intereso” pensé. En sus manos me quedé mientras hojeaba otros libros. Los señores mayores tienen buena fama, cuidan bien sus ejemplares y los leen con afán. Me llevó hasta el mostrador donde la librera me pasó por el lector. El anciano pagó y yo mostraba mi alegría sin inmutarme.

  -¿Bolsa?
  -No.

  Aquello me dio mala espina. Sin bolsa, ni mochila, ni maletín dónde llevarme, ¿cómo me protegería de la intemperie? Pero al salir por la puerta me cubrió con su abrigo y anduvimos hasta su hogar. Al llegar me colocó en un estante, junto a una buena colección, me sentía como en la librería: uno más. No era exactamente la sensación que esperaba, quería ser especial, quería ocupar un lugar importante en el estante de alguien.

CONTINUARÁ...
Parte 2: Lector de sillón (26 de Enero)

Viento eterno

El susurro del agua viene a relajarme, 
Continuo, vibrante, 
Acunado por el aire, 
Guía mis pensamientos hacia paraísos sensoriales. 

Transportado y sin cambiar de sitio 
Imaginarios lugares 
Sentir el mito, 
Sentirse blanca nube en el azul cielo, 
Eterna errante 
Y resistente al tiempo. 

Inmortal como la tierra que piso 
Madre de tantos hijos, 
De ella es la historia porque todo lo ha visto.

¿Y nosotros? Simples suspiros 
Que apenas logramos desviar el viento 
O crear un bache en su trayectoria.

Ese es el viento que me mece, 
Miles de suspiros que ahora siento 
Que se perdieron de la memoria 
Pero perduran en el ambiente.