23 de febrero de 2013

El Olvidado, Parte 6: Primera vez


  Cuando el niño volvió me encontró esperando sobre su colchón. Encendió el flexo de la mesita de noche , se puso el pijama y me metió con él en la cama. Iba a ser leído al fin, mis páginas vibraban por la emoción de transmitir mi historia, mis páginas temblaban por el miedo al trato que iba a recibir. Quizás mi miedo fuera exagerado, no tenía motivos para temer a este niño. Quizás fuera el miedo a ser demasiado feliz.

  Se tumbó bocabajo apartando la almohada. Me abrió y toda mi cubierta crujió. La sensación no fue agradable pero el placer posterior al tener mis articulaciones sin agarrotar, compensó el leve sufrimiento. 

  Pasó mis primeras páginas donde figuraba mi título y otra información sin importancia, hasta alcanzar el inicio de mi mensaje. Cuando estuvo frente al comienzo de mi historia, disminuyó la distancia conmigo y remarcó con la palma de su mano la página abierta. Ese primer doblez en la raíz de mi hoja quedaría marcado durante años.

  Empezó a leerme. Sentía como sus pupilas se conectaban a mis palabras e iba bebiendo de mí. No supe si saboreaba cada trago o si le costaba entender mi sabor. Porque el gusto de la cerveza es amargo si no estás acostumbrado. En la tercera página paró y dobló la esquina, dos veces. No había pasado ni un día con mi nuevo dueño y ya poseía una colección de dobleces por todo mi cuerpo.

  Al día siguiente me leyó un rato en el sofá y otro rato en su cuarto. Parecía interesarle, avanzaba constante en su lectura. Cada vez que paraba, hacía un doble doblez en la esquina de la hoja por donde iba. Me dije a mí mismo :“Disfruta”, y por unos días me olvidé de las penas, de los temores. Estos momentos tardarían en repetirse. Una vez terminara de leerme, me convertiría en ornamento de su habitación. Sin embargo, en esa ocasión, era útil; instruía la mente de un joven con ideas de otro; ejercía influencia sobre sus pensamientos. Influencia positiva o negativa, ¿quién sabe?, era influencia al fin y al cabo, era poder. El poder que a cualquiera cautiva, dominar algo o a alguien, tener el control. Y yo, desde mi posición, sólo necesitaba una mente receptiva y tener ínfulas de grandeza, de las que carecía. 

  En la tercera noche el chico completó la proeza. Conforme avanzaba la historia, los ojos del niño habían cogido tal velocidad que casi no me di cuenta. Había llegado a la última letra de la última palabra del último párrafo de la última página; y había llegado demasiado rápido. Esa noche el chico se fue a dormir pronto y me dejó a mí sobre la mesita de noche, cerrado quién sabe hasta cuándo. 

  Fue mejor de lo esperado, después de todo salí vivo del combate. No hubo victoria ni derrota ni empate, únicamente unas cuantas heridas de guerra, meras arrugas que ayudan a recordar, como el árbol que se tatúa para reivindicar quien estuvo allí. Siempre recordaría esas primeras manos que pasaron mis hojas y esos primeros dedos que doblaron mis esquinas.

CONTINUARÁ...
Parte 7: Destino alternativo (2 de Marzo)

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