24 de abril de 2008

Condenado a vivir y un garabato

Entre mis manos, un volante, para controlar mi coche.
Ante mis ojos, la carretera, evaporándose a fuego lento.
Y tras de mí, mis paranoias persecutorias.

Conducía al límite de la velocidad, por una vía de doble sentido, solitaria y enrevesada. Magnífica para pensar, menos saludable que el andar, pero aún así me servía. Algunos pensarían que huía, que me escondía de los problemas. Quizás afrontarlos y solucionarlos rápidamente no era mi fuerte. Debía meditarlo, pues la solución más inmediata que surgía en mi cabeza, sin duda era efectiva y rápida para mí, pero demasiado trágica para mi entorno; al menos eso esperaba.

Y así estaba yo, reflexionando concienzudamente sobre un dilema que otros encontrarían trivial o simplemente no lo considerarían problema. E intentaba inculcarme la idea de que tanto pensar era la causa de todos mis dilemas. En efecto, así estaba a punto de averiguar.

Una potente luz y una bocina trajo mi mente a la realidad, sin embargo ya era tarde. Tras un volantazo el camión se tragó mi auto, afortunadamente, sólo la parte del copiloto. Entonces me acordé de una canción: "Ponte el cinturón, protege tu vida...". Canción que en mí hizo más mal que bien, a parte de confirmar mi opinión sobre el mundo. Pensé que si hacíamos caso a una loca como esa, ¿en qué posición nos dejaría obedecer las órdenes de una chiflada? ¿Mi conclusión? Hacer todo lo contrario de lo que decía.

He aquí otro problema provocado por pensar. Este, en concreto, me había llevado a la situación en la que estaba: saliendo, cabeza por delante, a través del parabrisas.

A partir de ese momento, todo perdió su lógica.
El cristal que atravesé pareció transportarme a otro mundo. Aterricé sobre una pradera de abultada hierba que amortiguó mi caída. Ciertamente era bello ese lugar. En un primer momento, creí haber llegado al paraíso, con lo que ello significaba.
Todo verde. Un paisaje de colinas, con un bosque a lo lejos y como telón de fondo una cordillera. Pero le faltaba algo a todo ello, faltaba vida. La tierra estaba deshabitada.

Cual fue mi sorpresa cuando giré el rostro y vi un ejército de personas ataviadas como campesinos, que me miraban expectantes.
-¿Quienes sois? -pregunté.
-Esperamos tus órdenes.
-¿Órdenes para qué?
-Para ganar la batalla.

Bajé la vista y vi brotar del suelo una coraza y una espada, volví a alzar la vista y tenía delante de mí un ejército bien armado y con lo indumentaria apropiada. A simple vista parecían clones con el mismo rostro, pero al fijarme más en alguno de ellos, su cara se definía suavemente.

Me dirigí a uno, que se transformó en Conan el Bárbaro:
-¿Y el enemigo?
No respondió, simplemente dirigió su espada señalando tras de mí.

Me giré bruscamente y un dolor intenso recorrió mi cuerpo. Todo se volvió oscuro. Entonces escuché:
-¡Más anestesia!, necesito más anestesia, se está despertando.
Abrí los ojos somnolientos y pude ver una luz sobre mí, estaba en una mesa de operaciones. Pestañeé y regresé al campo de batalla. Comprendí mi situación, intuí donde estaba este campo de batalla. Estaba condenado a vivir en mi imaginación por un tiempo. Quizás ahí no tuviera tantos problemas que solucionar.
Continuará...
Quizás continue...

3 comentarios:

  1. Fantástico, Cristian. Muy muy original, ha sido toda una sorpresa.Me ha encantado, de verdad. Muy fresco y con mucho significado.
    Continúalo...

    Gabri

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  2. Me ha gustado mucho, Cristian no tardes en continuarlo, please, no te lo guardes....muy interesante.
    Saludos, desde el sur.

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  3. Vaya, parece que os ha gustado. Pues os concederé el deseo de continuarla cuando tenga tiempo :)
    Saludos!

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