24 de abril de 2009

Un Garabato Metálico

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Parte 1
Parte 2
Resumen:
Tras un accidente de tráfico, fui teletransportado a un mundo que aún no comprendo muy bien. Parece ser que es producto de mi mente, inducida por el grave estado en el que me encuentro. Me aisla de la realidad, pero me permite pequeños contactos con esta. Desde el helicóptero donde viajaba conseguí comunicarme con mi madre, desgraciadamente un misil nos ha dado y ahora caigo en picado. ¿Podré llegar a controlar estos sucesos tan extraños?



Un Garabato Metálico

Me aferré al teléfono que me conectaba a la realidad tanto como pude. Pero era misión imposible. Bruscos virajes zarandeaban el helicóptero mientras caía sobre un poblado árabe, o ese era su aspecto, tonos sepia a donde quiera que miraras. La muchedumbre había salido a las calles, arremolinándose bajo nuestra sombra y lanzándonos objetos. Objetos que no eran precisamente pétalos de rosa.
El piloto, demostrando su destreza, dirigía al herido helicóptero hacia la plaza del pueblo, acentuando el zigzagueo conforme nos acercábamos al suelo.

Uno de los soldados gritó:
-¡Francotirador en el tejado!
Demasiado tarde. Se oyó un disparo, un único disparo. El helicóptero perdió el control. Tuve que soltar el teléfono para agarrarme mejor a la barra de sujeción del techo. El morro del aparato había cogido la delantera en la caída.

Caos.
Perdí la ubicación del suelo. Perdí la conciencia de mi cuerpo. La arena y el metal me abrazaban con fuerza.

Alguien tiró de mi hacia fuera de los retorcidos hierros. Pude oír una voz lejana e imperativa que decía: "Recluta Patoso, trae aquí al herido"
-Señor, si, señor- respondió el que me arrastraba hacia la sombra de un edificio.
-Reanime al Paquete, recluta Patoso- instantes después fui abofeteado hasta que entreabrí los ojos, irritados por la arena.
Un hombre con sombrero vaquero se acercó, me cogió del cuello y me dijo como si estuviera a 10 metros de él:
-Escucha Paquete, usted es una carga para nosotros y tenemos la orden de sacarte de aquí sano y salvo. A mi esto me gusta tanto como tener un palo en el culo, así que no va a hacer ninguna gilipollez, nos va a seguir y va a hacer todo lo que yo le diga. ¿Entendido, Paquete?
-Sii..i- titubeé.
-¿Si, qué?
-Si, señor- me soltó del cuello y me dejó caer.
-Así me gusta, y ¿porqué estas tan serio? riete un poco que puede ser la última vez que rías.
No esperó respuesta. El ambiente estaba calmo. Seguí como pude al sargento entre las escombrosas casas. De las casas, que iban mejorando en nuestra carrera, empezaron a salir personas que nos encauzaron hacia una calle principal. Perdí el rastro de los soldados. La marea de gente me dejó junto a una banqueta, sobre la que había un hombre de unos treinta años hablando a las masas:
-Dejad que los niños vengan a mí, y no se lo impidáis porque de los que son como éstos es el Reino de los Cielos...
-¡Maldito pederasta!- disparos salieron del público. Reconocí la voz, era el sargento. Cuando la muchedumbre le despejó el objetivo, apuntó con su pistola al profeta.
-No lo puedes hacer- dije yo-, es una blasfemia matar a Jesucristo.
-¿Jesús?- dijo alguien entre el público- Ese Jesús del que hablas está cuatro banquetas más arriba, pero ha perdido muchos seguidores gracias a los rumores que hay sobre sus discípulos. Nosotros preferimos seguir a Brian.
Acto seguido se pusieron todos a silbar. El sargento amartilló el arma y disparó. Pero no salió bala ninguna, en su lugar surgió, escapándose a toda lógica, un cardo borriquero que se dirigió hacia Brian, atravesándole el costado. De este empezó a salir agua como si fuera un grifo. El orificio empezó a ensancharse más y más. Yo me acerqué a ayudarle.
No me dio tiempo casi a tocarlo, cuando su cuerpo se partió en dos, y un gran chorro me propulsó hacia el cielo con gran fuerza. Era una caída libre invertida. Empezaba a faltarme el aire y por mucho que inspiraba sentía que me asfixiaba. Giré la cabeza hacia arriba. Atravesé las nubes. De pronto, observé algo en el cielo, flotando. Mi trayectoria me dirigía hacia un objeto, a gran velocidad. Parecía una señal, rectangular, con unas letras en el medio. Descubrí lo que era: la palabra “SUEÑOS” en una señal de final de población.
No pude evitar el impacto. Contra mi espalda. El dolor era insoportable, grité con todas mis fuerzas, cerrando los ojos. Grité hasta quedar exhausto, hasta que los pulmones empezaron a salir por mi garganta. Y, ¿porqué no decirlo?, alguna lágrima también se derramó entre grito y grito.
Al volver a abrir los ojos estaba en otro sitio, en una penumbrosa habitación, tumbado en una cama, en la cama de una hospital. Estaba exaltado, respiraba ruidosamente. Giré la cabeza y pude distinguir a mi madre sentada al lado, con su mano posada en la mía. Entonces me relajé y cerré los ojos con una media sonrisa reconfortante.
La megafonía se puso en funcionamiento, con música clásica me estaba despertando, eran las notas de la novena sinfonía de Beethoven.

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