10 de febrero de 2008

Cambios

No me gustan los cambios. No, no es eso. En realidad si me gustan, ese frescor con que están impregnados es como una brazada que te emerge del agua para respirar y luego seguir hundiéndote en lo cotidiano, en la rutina. Pero, como esa brazada, un cambio requiere un esfuerzo, es decir, un gasto de energía. Y como todo ser vivo, no poseo energía ilimitada y la debo administrar. Y esto es un arte, ir administrando los cambios para no hundirte demasiado en el fango, porque cuando tu cuello está entre las fauces de la fiera, no hay esfuerzo que te salve de ella. Es como el dinero, debes administrarlo para que no te falte y, a ser posible, para que no te sobre demasiado a tu fin.

Yo, personalmente, estoy con el fango hasta la cintura. Me siento cómodo así. Maldita comodidad. A veces pienso que este barro me protege, otras veces, que me aísla. Pero cuando intento cambiarme descubro que parte del fango forma parte de mí, que sin él no sería yo y que si paso a no ser yo, no merece la pena cambiar. Pero dejo el fango a la altura de las rodillas para hacerme una idea de cómo sería salir sin salir. Y me gusta esta idea, así que me mantengo ahí, hundiéndome otra vez, porque si salgo ya no me gustaría la idea, me gustaría el hecho de estar fuera. Y como dije al principio, no me gustan los cambios, y menos cambiar de gustos, pero son necesarios.


¿Y todo esto a qué viene?Al simple hecho de que he cambiado la imagen de portada del blog, ;)

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