
Vivimos en una época de continuo cambio. En apenas un siglo, nuestro estilo de vida ha evolucionado drásticamente, algunos dirán que ha degenerado en algo peor, argumentando que la grieta que siempre ha separado la sociedad avanzada de la
tercermundista, se ha convertido en un abismo que ha dividido y diferenciado aún más los dos hemisferio: el mayor y pobre, del pequeño y rico.
Pero quizás no estén en lo cierto. Quizás el progreso tecnológico sufrido nos ha dado a conocer el abismo que antes estaba oculto, tapado por la información manipulada y centrada únicamente en noticias cercanas.
Y ahora que somos conscientes de la sima, nada nos impide arrojar un puñado de arena para unir los hemisferios, o tal vez sí hay algo que nos lo impide, tal vez nuestras manos hayan obstruido nuestros oídos para no escuchar, y nuestros párpados se hayan cerrado
pesadamente para no ver.
Tal vez nos gustaba la vida anterior, envuelta en mentiras, preocupados únicamente por nuestras tragedias personales, creyéndonos castigados por Dios injustamente, ajenos a las verdaderas penurias de los otros, los que no
progresaron junto a nosotros, los que se quedaron atrás en la evolución. ¿O fue al revés?