26 de enero de 2013

El Olvidado, Parte 2: Lector de sillón


  Desde dónde me hallaba veía la habitación. Dos sillones acompañaban a una mesa junto a una chimenea; encima de esta, un televisor plano. Arrimada a la pared había otra mesa más grande con seis sillas. Y un par de cuadros adornaban las paredes.

  La primera noche no me leyó, ni siquiera me hojeó. Se sentó en su sillón frente al fuego encendido, cogió un libro que tenía sobre la mesa y lo abrió por donde estaba el señalador. Afortunado libro, pensé, lo leía con detenimiento, de vez en cuando paraba y se quedaba mirando fijamente las llamas. En la portada figuraba el título: Cinco horas con Mario. Transcurrieron las noches y terminó de leer el libro. Llegaba mi turno, supuse.

  ¿Cómo sería esa sensación? Transmitir mi historia a la mente de un humano es el objetivo vital de cualquier libro, es el único propósito por el que existimos. ¿Dolería cuando pellizcara una página para pasarla? Pronto lo sabría.

  Esa noche el anciano se acercó para elegir un libro, sus ojos se pasearon por la extensa colección. Se detuvo en mí, pero instantes después alargó su mano y cogió otro libro, en cuya tapa únicamente estaba el nombre de Jorge Manrique.

  Cada noche la misma rutina, leía una sola página varias veces e intentaba con la vista atravesar las paredes. De esta forma, vi por la ventana a la luna parpadear hasta que el río llegó al mar. Con el libro entreabierto consiguió que su mirada llegara al infinito, pero el cuerpo del anciano ya no se movió más.

  Pena y lástima, pero no por el cuerpo ni por su ahuyentada alma sino por el incierto destino que a los libros que deja nos ampara. Otra vez al nombre que me dieron hago homenaje: “El Olvidado”, quizás sea la síntesis de mi viaje, quizás esté abocado a ir de estantería en estantería sin ser leído ni abierto, historia trágica; tan solo probando el polvo sobre el canto de mis páginas.

  Tras la tormenta llamada muerte, que se llevó con sus vientos al cadáver, vino la calma, la soledad y el olvido. La actividad era escasa pero sobrellevé la espera lo mejor que pude. Los seres longevos poseemos una gran paciencia. Gracias a ella el agua y el viento vencen a la roca, más que vencerla la destrozan y convierten en arena con su mejor aliado: el tiempo. Tiempo, un concepto harto relativo, compañero del que espera, siempre rehúye al que corre. Por fortuna, para vosotros lectores, pronto sonaría el siguiente acorde de esta canción.

CONTINUARÁ...
Parte 3: Herencia (2 de Febrero)

19 de enero de 2013

El Olvidado, Parte 1: Surgir


  Mis padres fueron los árboles; uno dio el papel, otro se transformó en carbón que hizo la tinta que cada página impregnó. Hubo una celestina, no quiso dar su nombre, unió a los dos amantes y desapareció. Y surgí yo; no fui el primero, tampoco el último de sus descendientes. Ahora me hallo presente en la estantería de una librería, junto a otros como yo, cada uno de su padre y de su madre, cada uno de su propia celestina.

  Un libro rodeado de libros, ese soy. Esperando a la persona que me lleve hacia su casa y pueda contarle mi historia. Mientras tanto, mi cubierta está plegada, las horas pasan, los días, las semanas, también pasan las miradas rápidas sobre mi lomo pero nadie me compra. Sufro el abandono por una portada simple que no llama la atención.

  Gotas de lluvia golpeaban el escaparate para poder entrar. De nuestro lado las miraban los libros más codiciados. Los demás aguardábamos nuestro momento de gloria unos junto a otros. Sin escapatoria, puestos en fila como en un fusilamiento, esperábamos la bala de una mirada que atinara a nuestra portada.

  Entró un señor mayor, abrigo negro, gorra plana a juego, bufanda roja y en la mano un bastón. Buscaba por las estanterías, sacando libros aleatorios y leyendo sus contracubiertas. La suerte o el destino hizo que sus dedos toparan conmigo. “Parece que le intereso” pensé. En sus manos me quedé mientras hojeaba otros libros. Los señores mayores tienen buena fama, cuidan bien sus ejemplares y los leen con afán. Me llevó hasta el mostrador donde la librera me pasó por el lector. El anciano pagó y yo mostraba mi alegría sin inmutarme.

  -¿Bolsa?
  -No.

  Aquello me dio mala espina. Sin bolsa, ni mochila, ni maletín dónde llevarme, ¿cómo me protegería de la intemperie? Pero al salir por la puerta me cubrió con su abrigo y anduvimos hasta su hogar. Al llegar me colocó en un estante, junto a una buena colección, me sentía como en la librería: uno más. No era exactamente la sensación que esperaba, quería ser especial, quería ocupar un lugar importante en el estante de alguien.

CONTINUARÁ...
Parte 2: Lector de sillón (26 de Enero)

Viento eterno

El susurro del agua viene a relajarme, 
Continuo, vibrante, 
Acunado por el aire, 
Guía mis pensamientos hacia paraísos sensoriales. 

Transportado y sin cambiar de sitio 
Imaginarios lugares 
Sentir el mito, 
Sentirse blanca nube en el azul cielo, 
Eterna errante 
Y resistente al tiempo. 

Inmortal como la tierra que piso 
Madre de tantos hijos, 
De ella es la historia porque todo lo ha visto.

¿Y nosotros? Simples suspiros 
Que apenas logramos desviar el viento 
O crear un bache en su trayectoria.

Ese es el viento que me mece, 
Miles de suspiros que ahora siento 
Que se perdieron de la memoria 
Pero perduran en el ambiente.